En el último minuto, cuando el mundo contenía la respiración, Carles Puigdemont pisó el freno. El presidente de la Generalitat recordó por un día que es dirigente del PDeCAT, la antigua Convergència, y echó mano de la ambigüedad para ganar tiempo y esquivar el abismo que se se abría ante sus pies. No declaró la independencia, dijo que asumía «el mandato del pueblo para que Cataluña se convierta en un Estado independiente en forma de república». Y, además, añadió que suspendía los «efectos» de esa declaración no explicitada «para emprender un diálogo y llegar a una solución acordada».
La partida no se acabó con esta sesión. La intención de Puigdemont y de sus asesores más directos es dejar de nuevo la pelota en el tejado del Gobierno español. Calculan que una respuesta contundente de Mariano Rajoy podría granjearles los apoyos internacionales que ahora se le niegan.
De momento, el presidente del Gobierno busca consensuar con el líder del PSOE, Pedro Sánchez, y el de Ciudadanos, Albert Rivera, una respuesta. Se ha convocado para mañana un Consejo de Ministros que arrojará luz sobre cómo afrontan el rompecabezas que se le planteó.
La imparable fuga de empresas y entidades bancarias, la palpable tensión social en Cataluña y la avalancha de avisos de dirigentes nacionales e internacionales provocó que Puigdemont se quedara un peldaño por debajo de la declaración de independencia. Lo hizo a costa de deteriorar, quizás definitivamente, su relación con la CUP. Los antisistema, compañeros imprescindibles del PDeCAT y ERC en el desafío de los últimos meses, ni siquiera aplaudieron el discurso del presidente de la Generalitat.
Para contentarlos, el grupo independentista mayoritario impulsó una declaración de independencia informal mucho más explícita que firmaron todos los diputados de Junts pel Sí y la CUP después del pleno. En un papel encabezado únicamente por un escudo de la Generalitat y el lema «Declaración de los representantes de Cataluña», el texto asegura que se «constituye la república catalana, como Estado independiente y soberano, de derecho, democrático y social».
En cambio, apela a «los Estados y a las organizaciones internacionales a reconocer la república» y dispone «la entrada en vigor de la Ley de transitoriedad jurídica y fundacional de la república». Fuentes de Junts pel Sí aclararon que, aunque la «suspensión» que anunció Puigdemont no está recogida en el documento, sí está afectado por ella, y no entrará en vigor.
«Es la vía eslovena», resumían dirigentes de Junts pel Sí en los pasillos del Parlament. El país dejó también su independencia en suspenso por unos meses, pero después la hizo efectiva. Sin embargo, la decepción entre los independentistas más impacientes fue enorme: hubo llantos en la concentración en las inmediaciones del Parlament, y la movilización, muy lejos de la de los grandes días del soberanismo, empezó a despejarse en cuanto Puigdemont pronunció su alambicada proclama.
Desde el principio se vio que algo no iba bien para los independentistas. Más de 1.000 periodistas de todo el mundo esperaban en la Cámara que empezara el pleno, pero el inicio se retrasó una hora. La rectificación de Puigdemont no estaba pactada con la CUP, y hubo reuniones para que los antisistema aceptaran no romper la baraja. Incluso llegaron a especular con abandonar ayer mismo el Parlament y no asistir a la sesión, pero acabaron entrando, aunque unos minutos tarde. Después, las juventudes de la CUP tildaron el discurso del president de «traición inadmisible».
El presidente catalán alegó ante sus socios «presiones internacionales» para descafeinar la declaración de independencia. Pero después del pleno se produjo una turbulenta reunión en la que pudo comprobar que no los había convencido.
Puigdemont sí había pactado su discurso con la ANC y Òmnium Cultural, las entidades que han agitado las calles en las movilizaciones independentistas en los últimos años. Sus cabecillas asumieron el frenazo, pero pidieron al presidente catalán que ponga un plazo a ese periodo de diálogo que dijo estar dispuesto a abrir ayer. La CUP se sumó a esa exigencia y la acotó: da un mes de límite y anunció que se plantea abandonar el Parlament mientras tanto. «Ha quedado tocada la confianza en el Govern», resumió el portavoz antisistema, Quim Arrufat.
Puigdemont empezó su discurso hablando de la necesidad de «desescalar el conflicto». La tensión había contaminado esta semana relaciones familiares y de amistad en Cataluña. El president quiso dejar claro que había tomado nota aludiendo tanto a la jornada del 1 de octubre como a las del día 3 -la huelga general que paralizó la comunidad- y la del sábado pasado, cuando hubo concentraciones en todo el país pidiendo diálogo. Pero también a la manifestación de Barcelona que «el domingo defendió masivamente la unidad de España».
En el discurso quedó claro que el referéndum unilateral del 1 de octubre está en el centro del problema político actual. Puigdemont dijo que «asume» los resultados de la votación, que se produjo «bajo una lluvia de porrazos», pero en ningún momento pronunció la palabra «vinculante», que había repetido hasta la saciedad en los días previos. «Las urnas dicen sí a la independencia. Y ése es el camino que estoy comprometido a transitar», dijo recuperando el lenguaje que fue tan habitual en CiU durante muchos años. Para la oposición, es evidente que el referéndum no puede tomarse como base para declarar la secesión.
Aprovechó también para insistir en que en su opinión es imprescindible una negociación entre el Gobierno catalán y el español auspiciada por instancias internacionales. «Es conocido de todos que desde el día siguiente del referéndum se han puesto en marcha iniciativas de mediación. Algunas son públicas, otras aún no, pero todas son serias y eran difíciles de imaginar hace un tiempo», aseguró el presidente de la Generalitat.
Los dirigentes de los partidos de la oposición catalana afrontaron su respuesta a Puigdemont desde perspectivas diferentes. Inés Arrimadas (Cs) no se apartó del discurso de su partido. «Condicionada, suspendida o a plazos, sigue siendo una DUI», sostuvo.
Miquel Iceta (PSC) puso voz a los desconcertados por la fórmula que utilizó el president con respecto a la independencia. «A ver si lo he entendido: dice que asume un mandato y propone suspender una declaración no hecha. Es complejo», dijo. En Catalunya Sí que es Pot, que había pedido un frenazo, el discurso de Puigdemont se acogió con alivio.
Xavier García Albiol (PP) fue menos duro que de costumbre, e incluso animó a Puigdemont a concretar los términos del «diálogo» que propone. Pero también constató: «Usted quería romper España y sólo ha despertado un sentimiento positivo. Un millón de voces gritamos sí a la convivencia, sí a vivir en paz».
Al final de la sesión muchos corresponsales extranjeros tenían cara de no entender nada. Y las calles en Barcelona, blindadas en muchos puntos por lo que pudiera pasar, estaban tranquilas.
"De mi comparecencia no esperen ni amenazas ni chantajes ni insultos. El momento es bastante serio como para que todos asumamos la parte de responsabilidad que nos corresponde en la necesidad imperiosa de 'desescalar' la tensión".
"Nunca nos pondremos de acuerdo en todo, como es evidente. Pero sí que entendemos, porque ya lo hemos demostrado muchas veces, que la forma de avanzar no puede ser otra que la democracia y la paz. Eso quiere decir el respeto para el que piensa diferente y encontrar cómo hacer posible que las aspiraciones colectivas, con grandes dosis de diálogo y empatía.
"El objetivo no era sólo confiscar urnas y papeletas. El objetivo era provocar el pánico generalizado y que la gente, viendo las imágenes de violencia policial indiscriminada, se quedara en casa y renunciase a su derecho de voto. Pero a los responsables políticos de esta ignominia les salió el tiro por la culata".
"No somos unos delincuentes, ni unos locos, ni unos golpistas, ni unos abducidos: somos gente normal que pide poder votar y que ha estado dispuesta a todo el diálogo que fuera necesario para realizarlo de manera acordada".
"Y con la misma solemnidad, el Gobierno y yo mismo proponemos que el Parlamento suspenda los efectos de la declaración de independencia para que en las próximas semanas emprendamos un diálogo sin el cual no es posible llegar a una solución acordada".
"Hay una petición de diálogo que recorre Europa, porque Europa ya se siente interpelada sobre los efectos que puede tener una mala resolución de este conflicto... Hoy el Gobierno de Cataluña hace un gesto de responsabilidad y generosidad, y vuelve a tender la mano al diálogo. Si en los próximos días todo el mundo actúa con la misma responsabilidad y cumple con sus obligaciones, el conflicto entre Cataluña y España se puede resolver de manera serena y acordada, y respetando la voluntad de los ciudadanos".
Fuente: El Mundo