Summa in primis. Una placa con el lema en latín preside el despacho del director del IES San Mateo, un instituto del centro de Madrid en el que Esperanza Aguirre puso en marcha hace seis años su Bachillerato de Excelencia. Fue una iniciativa pionera en España que experimentaba agrupando los alumnos con mejores notas y que presumía de contar con los mejores profesores de la región para ofrecer una enseñanza “de la máxima excelencia”.
Traducido como Lo excelente ante todo o Lo mejor para los primeros, el lema del San Mateo sirvió durante años para publicitar el modelo de enseñanza del Gobierno de Aguirre, primero, y de Ignacio González, después. Un laboratorio de genios que el Ministerio de Educación, entonces en manos del PSOE, tildó de experiencia “segregadora”.
Mientras Telemadrid mostraba un modélico centro de élite en decenas de reportajes y coberturas de visitas oficiales, la realidad era otra. A los profesores nunca los escogió la “comisión interuniversitaria de expertos” que se prometió, sino que eran contratados y despedidos a dedo. Y los resultados de los alumnos en la Selectividad han resultado no ser tan excelentes pese a las presiones a los docentes para inflar las notas.
Las preferencias extraacadémicas de Silvestre saltaron a los medios de comunicación en 2012, cuando decidió enviar a los padres una felicitación navideña en la que aconsejaba a los alumnos “aparcar todo lo relacionado con el amor”. Le llovieron las críticas, pero asegura que ha aprendido la lección y que no ha vuelto a dejar nada de ese tenor por escrito.
Aguirre y su entonces consejera de Educación, Lucía Figar, fueron quienes escogieron al que aún hoy es el director del San Mateo, Horacio Silvestre, un catedrático de Latín que nunca antes había ejercido labores de dirección. “A mí me encontraron”, explica él en su despacho. La solidez del proyecto se basaba en la creación de esa comisión de expertos que debía “asesorar en temas académicos y seleccionar la totalidad del claustro de profesores”, según publicitó entonces la Comunidad. La presidía Jon Juaristi y estaba compuesta por siete reconocidos especialistas universitarios. “Nos reunimos solo una vez”, reconoce ahora el director. “No funcionó”.
Desde el principio, Silvestre tuvo plenos poderes para contratar y despedir. Y así lo ha hecho: del equipo inicial de 17 profesores, solo quedan seis, él incluido. EL PAÍS ha localizado a cinco de los despedidos por Silvestre, que relatan las presiones para poner buenas notas o para no suspender a ningún alumno. “El instituto funcionaba al margen del resto de centros de secundaria”, asegura una de las profesoras, Victoria Crespo, actualmente jubilada, que dio clase de Filosofía los dos primeros cursos. “Al principio allí no había jefe de estudios, ni consejo escolar ni jefaturas de departamento”, recuerda. “El instituto obedecía a una estructura jerárquica absolutamente vertical, al ordeno y mando Horacio”. Tras el segundo curso, el director prescindió de cinco profesores. Al menos con cuatro de ellos tuvo desavenencias por las notas, según ha podido comprobar EL PAÍS.
“En mi caso fue por negarme a inflar las notas y por cómo orientaba la asignatura, que no coincidía con la suya”, asegura Crespo. Él defiende que, en todos los casos, decidió no renovar a los docentes “porque sus alumnos no obtenían buenos resultados”. La profesora trasladó su queja a la Consejería de Educación: “Se ve que el director, al no ceder yo en sus pretensiones de que hinche las notas desde la primera evaluación y de que no haga los exámenes con pseudónimo, ha decidido tomar sus medidas. Y es que, por resumir con una sentencia filosófica, quiere súbditos y no ciudadanos”, señalaba en el email que envió a Alicia Delibes, entonces viceconsejera de Educación. Esta le contestó ofreciendo una cita que finalmente no se produjo.
El resto de profesores consultados, de los que tres piden anonimato, ratifican las presiones. Los relatos, recogidos por separado, coinciden: “Nos decía que si los padres creían que sus hijos iban a suspender no los traerían”. “En los claustros solía repetirnos que no quería suspensos”. “Allí los padres y los alumnos eran dioses”. EL PAÍS ha accedido a correos electrónicos en los que Silvestre anima a los profesores a engordar las notas de los alumnos. Les pedía “notas meditadas, ajustadas e, incluso, generosas”. Silvestre reconoce que pide que sean generosos con los chicos aunque niega las presiones: “Si vienen con un ocho y les pones un tres es que no les estás midiendo bien”.
La selectividad en el San Mateo nunca es un trago: los alumnos siempre aprueban y, de hecho, mantienen nota media más alta de Madrid. Parten con ventaja: para entrar al centro se necesita una media mínima de 8 en la ESO, lo que quiere decir que, a diferencia del resto de institutos, no presenta alumnos de cinco o de seis a las pruebas porque no los tiene. Sin embargo, el análisis de las calificaciones muestra las diferencias entre las notas del San Mateo y las de la Selectividad, un examen que corrigen funcionarios externos.
En el curso 2015/2016, los alumnos del San Mateo acabaron el Bachillerato con un 100% de aprobados. En selectividad, en cambio, hubo 36 que suspendieron alguna materia, aunque el resultado final fue siempre aprobado al hacer media entre todas las asignaturas. Un tercio de los que se presentaron a la prueba de Química no la pasaron.
Pese a que ya han salido de allí cinco promociones, la apuesta educativa estrella de Madrid nunca ha sido evaluada. El Gobierno regional, ahora en manos de Cristina Cifuentes, no ha hecho seguimiento de sus alumnos excelentes: no sabe cómo les ha ido la universidad ni cuántos han acabado el grado.
El caso de la número dos del centro, Ana María Concha, ejemplifica la forma en la que Silvestre ha ido configurando el San Mateo. Mientras el profesorado inicial acreditó años de antigüedad, doctorados y experiencia en el extranjero, Concha entró a dar clases allí nada más sacar su plaza de funcionaria. Llegó como profesora en prácticas, a media jornada, para dar las clases de Latín de Silvestre y ocuparse de la biblioteca del San Mateo. Actualmente es su jefa de estudios.
Ella fue quien le puso en contacto con la cúpula educativa de Aguirre, la consejera de Educación Lucía Figar y la viceconsejera Alicia Delibes, quienes después de entrevistarse con él le ofrecieron el puesto. Concha también reconoce esa relación: “Figar estudió con mi marido”. Silvestre justifica la elección de Concha como su segunda sin mediar concurso de méritos: “Me venía bien a efectos prácticos”.
La arbitrariedad en la contratación del profesorado está siendo investigada por el Defensor del Pueblo tras una denuncia de Ángel de Andrea González, profesor universitario y de educación secundaria de Física, que trabajó en el centro en el curso 2015-2016. Consiguió el puesto, como la mayoría de los profesores, enviando su currículum directamente a Silvestre. Al terminar, el director decidió no renovar su comisión de servicios alegando reducción de plantilla, pero en realidad le sustituyó por otra persona el curso siguiente.
Esta forma de contratación, amparada por la ley pero excepcional, no se aplica en ningún otro de las 13 aulas de bachillerato de excelencia que se abrieron tras el experimento inicial del San Mateo, ni en iniciativas similares puestas en marcha en otras comunidades, como Murcia o Castilla y León, donde los profesores forman parte de la plantilla previa de los centros. “No son alumnos de excelencia como quieren vender. Algunos sí lo son, pero la mayoría son chicos normalitos que han sido muy estudiosos. El 90% procede de la concertada y llega con niveles muy distintos, lo que obliga a bajar el nivel para homogeneizar. La verdad es que me encontré el nivel más bajo en mi vida docente de 20 años”, asegura De Andrea.