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10/05/2017

BRUSELAS DEFIENDE UNA GLOBALIZACIÓN "CON REGLAS" FRENTE A LOS POPULISMOS

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La Comisión Europea admite que el proceso “dejará tantos ganadores como perdedores”.


 

La nueva piel del capitalismo tiene tres rasgos fundamentales: globalización, hiperfinanciarización y desigualdad. Bruselas publica este miércoles un documento en el que defiende los beneficios de la globalización frente a los repliegues nacionalpopulistas, el Brexit o las tentaciones proteccionistas de Trump. La novedad es que la Comisión Europea es consciente de que los excesos de los últimos años deben corregirse: aboga por “dar forma” a la globalización, por ponerle riendas, por fijar “un conjunto de reglas globales, que ahora mismo están incompletas”. Revertir ese proceso sería un desastre, apunta Bruselas, pero no hacer nada tampoco es la solución: en 10 años, la globalización (combinada con el cambio tecnológico) “dejará tantos ganadores como perdedores”.

Michel Barnier, negociador jefe de la Comisión Europea para el 'Brexit'.

Bruselas lleva semanas lanzando señales políticas de primer nivel tras una década en crisis coronada por la primera deserción en seis décadas, el Brexit. En la celebración de su 60º aniversario, publicó un jugoso Libro Blanco en el que los Estados miembros deberán basarse para decidir qué Unión Europea quieren. Hace 15 días lanzó un informe sobre la Europa social, ante la constatación de que la Unión está perdiendo a la ciudadanía por el deterioro del Estado del Bienestar. Este miércoles le toca el turno a la globalización. Frente a repliegues nacionalistas como el Brexit y a las tentaciones proteccionistas de Donald Trump en EE UU, Europa confirma un secreto a voces: es un continente librecambista y proglobalización, más aún después de haberles barrado el paso a los Wilders, Le Pen y compañía. Pero el documento aporta un cambio de ritmo interesante: frente a las críticas cada vez más duras contra el sesgo neoliberal de la UE, Bruselas pretende “darle forma” a la globalización, con “reglas multilaterales” que permitan embridar los excesos de los últimos años.

El informe no contiene medidas concretas de gran calado: lo novedoso es ese enfoque. Bruselas admite, quizá por primera vez, que la globalización ha alcanzado y traspasado sus últimas fronteras. Y que a partir de ahí hay dos opciones: extender ordenadamente el dominio sobre ella con un conjunto de reglas fijadas en los organismos internacionales para suavizar sus aspectos más temerarios y nocivos, o dejar abierta la posibilidad de que el repliegue llegue de forma descontrolada. Bruselas es partidaria de la primera opción, a rebufo del triunfo de Emmanuel Macron en Francia, frente al ascenso de figuras políticas controvertidas, desde Donald Trump —que ha dejado clara su querencia proteccionista, con una retórica de confrontación contra México, China y Alemania— hasta Marine Le Pen, que ha conseguido más de 11 millones de votos con su propuesta de cerrar fronteras.

“Los hechos demuestran que la economía, las empresas y los ciudadanos europeos continúan beneficiándose enormemente de la globalización”, resume el documento al que ha tenido acceso EL PAÍS. “Pero esos beneficios no son automáticos ni se distribuyen equitativamente entre nuestros ciudadanos”, admite el informe, de 21 páginas.

El capítulo de beneficios es amplísimo, con 1,75 billones de euros en exportaciones europeas —el 80% procedentes de pymes— y la creación de 14.000 empleos por cada 1.000 millones adicionales de ventas al exterior. Las importaciones contribuyen a rebajar los precios para los consumidores y la globalización, en fin, “ha permitido sacar a millones de personas de la pobreza”. Pero lo más suculento es el capítulo de desafíos, que explica en parte fenómenos como el Brexit y el ascenso de los ultras dentro y fuera de Europa. “Muchos europeos están inquietos: ven la globalización como sinónimo de pérdidas de empleo, injusticias sociales o bajos estándares medioambientales, de salud o de privacidad. Consideran que ese proceso ha erosionado tradiciones e identidades”, “y que beneficia más a multinacionales que repatrian beneficios a países donde no pagan impuestos” o “a países que abrazan prácticas comerciales injustas”. Se impone “la percepción de que los Gobiernos ya no tienen la globalización bajo control, o no son capaces de controlar el impacto de la globalización; ese es un desafío político que Europa debe afrontar”.

La receta de Bruselas es clara: rechazar “las tentaciones aislacionistas”. Resistir “la vuelta al proteccionismo, pese a que la Organización Mundial del Comercio ha identificado 1.500 nuevas barreras comerciales desde que arrancó la Gran Recesión, allá por 2008. “Si cerramos fronteras, otros lo harán también: todos saldremos perdiendo”, dice la Comisión tirando del habitual credo liberaloide. Sin embargo, las recetas de Bruselas son claras: “Para evitar esa espiral, son imprescindibles las instituciones multilaterales y las reglas en asuntos como el cambio climático o la evasión e impuestos. “Estamos lejos de haber completado las reglas globales necesarias”, indica la Comisión, que aún deja un rejón final. “Europa no va a ser naíf”. “Cuando las reglas no se respeten, necesitamos instrumentos de defensa comercial”, como los que se han aplicado contra el acero de China. “La UE es la primera potencia comercial e inversora del mundo, pero lejos de quedarnos sentados y dejar que la globalización dé forma a nuestro destino, tenemos la oportunidad de modelar la globalización de acuerdo con nuestros valores e intereses”, cierra el documento.

 

¿La globalización reduce la desigualdad?

El informe de Bruselas tiene dos padres: el conservador Jyrki Katainen y el socioliberal Frans Timmermans, ambos vicepresidentes comunitarios. Y esas dos autorías se dejan notar en el capítulo de desigualdad, uno de los debates estrella de la literatura económica reciente. Frente a textos seminales como los de Thomas Piketty o Branko Milanovic (“¿Desaparecerá la desigualdad si la globalización continúa? No”) o a las advertencias de Barack Obama, que apuntaba que la desigualdad es un indicador adelantado de potenciales conflictos sociopolíticos, Bruselas apenas se detiene en ese aspecto. Oscila entre el negacionismo (“los países más abiertos presentan menores índices de desigualdad”) y la complacencia (“la desigualdad en Europa es inferior a la de otras partes del mundo, aunque el 1% más rico controla el 27% de la riqueza”).

Frente a Bruselas, Tony Judt: “La desigualdad es corrosiva: corrompe a las sociedades desde dentro”. “Es un poderoso disolvente para la sociedad, la economía y la democracia”, según el imprescindible La nueva piel del capitalismo, de A. Costas y Xosé Carlos Arias.

 

Fuente: El País

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