Imagen de archivo de un puesto de frutas y verduras en un mercado madrileño. JAVIER LIZÓN EFE
El precio de los alimentos es, desde hace meses, uno de los mayores quebraderos de cabeza para los hogares españoles. Hacer la compra costaba el pasado mayo un 12% más que el mismo mes del año pasado, un incremento de precio muy superior a las subidas salariales que se han producido en ese mismo tiempo. Sin embargo, dentro de ese fuerte encarecimiento que han sufrido los alimentos —que se está mitigando en los últimos meses— no todos los comestibles han contribuido de la misma manera.
En concreto, el 42% de la inflación interanual de los alimentos el mes pasado se explicaba por la subida de precios de la carne, el pescado, la leche, el queso y los huevos. Productos que, junto al pan y los cereales, las legumbres y hortalizas y la fruta, componen el núcleo principal de la cesta de la compra en España.
Si se descompone el origen de ese 12% de inflación alimentaria registrado en mayo, se observa como una cuarta parte (3,2 puntos) es culpa de las subidas de precios en la carne y el pescado. Dos productos con un IVA del 10% que quedaron excluidos de las rebajas aprobadas por el Gobierno en enero, que el Ejecutivo ya ha anticipado que prorrogará antes de su vencimiento el 30 de junio.
Además, otros 1,8 puntos provienen del encarecimiento que han sufrido la leche, el queso y los huevos. Tras ellos, aparecen el pan y los cereales, que aportaron 1,6 puntos y las legumbres y hortalizas, cuya alza de precios contribuyó en otros 1,6 puntos a la inflación del mes pasado. A mayor distancia aparecen la fruta y los aceites, con una aportación de cuatro décimas cada uno. Los 2,9 puntos que faltan corresponden a otros grupos de alimentos con contribuciones más pequeñas.
Sin embargo, aunque podría parecer que los alimentos que más han contribuido a alimentar la inflación son los que más han subido de precio, la realidad es diferente. La razón por la que el precio de estos comestibles influye tanto en la inflación alimentaria reside en que los españoles los consumen mucho más que otros. El INE estima que el 44% de lo que nos gastamos cada año en la cesta de la compra se destina a comprar carne, pescado, lácteos y huevos.
Para entender mejor por qué ocurre esto, el ejemplo de la carne y el aceite es muy ilustrativo. En abril de 2022, las consecuencias de la guerra en Ucrania provocaron que el precio del aceite aumentara un 48% interanual, mientras que el precio de la carne apenas creció un 7,4%. Sin embargo, el precio de la carne supuso un 18% de la inflación alimentaria de ese mes, frente al 12% que aportó el aceite. ¿Cómo es posible? Porque los españoles destinan más de una quinta parte de su presupuesto para hacer la compra a la carne y apenas un 3% a adquirir aceite. Por tanto, el impacto del encarecimiento de la carne sobre el bolsillo casi siempre se notará mucho más que el del aceite. Esas distintas proporciones en el consumo se tienen en cuenta para calcular la inflación de los alimentos, lo que provoca que las variaciones de precios de algunos productos siempre influyan más que las de otros.
Una de las buenas noticias que ha dejado el dato de inflación publicado por el INE el pasado martes es que prácticamente todos los alimentos parecen haber dejado el pico inflacionario atrás. En mayo, solo las patatas, los productos de confitería y los cereales de desayuno registraban subidas de precio récord desde enero de 2022.
Los principales grupos alimentarios han emprendido ya una senda a la baja en sus datos de inflación, aunque el camino que queda por recorrer es todavía muy largo. En este sentido, conviene recordar que la inflación es solo una medida de la velocidad a la que suben los precios. Por tanto, que la inflación caiga solo implica que los precios están subiendo más despacio.
Para que se produjeran bajadas en el precio de los alimentos tendríamos que estar ante datos de inflación negativos, algo que no está sobre la mesa de ninguno de los principales analistas económicos a corto ni a medio plazo. Las previsiones de Funcas —el think tank de las cajas de ahorros— apuntan a que el precio de los alimentos seguirá subiendo todavía en diciembre de 2024. Eso sí, ya a niveles propios de antes de la pandemia.
Los alimentos son un tipo de producto que, en circunstancias normales, tiene precios bastante estables. Por esa razón, buena parte de ellos forman parte de lo que se conoce como inflación subyacente —el indicador que descuenta del cálculo la energía y los alimentos no elaborados—. Esta característica hace que las bajadas de precios en los alimentos sean poco frecuentes en comparación con las que se pueden producir, por ejemplo, en la factura de la luz o los combustibles, cuyos precios oscilan mucho más. Por ello, tras esta oleada inflacionaria, lo que se puede esperar con los alimentos, más que caídas en los precios, es que vuelvan a ritmos de subida moderados y más predecibles.
Los alimentos se han convertido, desde hace nueve meses, en el principal motor de la inflación en España y buena parte de Europa. Cuando los precios del consumo empezaron a crecer a finales de 2021 en el país, la factura de la luz y los carburantes eran, con mucha claridad, la primera causa de la inflación.
Sin embargo, a medida que las subidas de precios de la energía y los carburantes se han ido filtrando al resto de la economía, los alimentos han adquirido el papel protagonista. En mayo el IPC general se redujo hasta el 3,2% interanual y de ese porcentaje, 2,3 puntos eran culpa de los alimentos, otro punto de hostelería y restauración y 1,5 puntos más de otros productos con aportaciones menores. Sin embargo, la caída en el precio de la factura de la luz contribuyó a restar 1,3 puntos de inflación y la bajada de los carburantes otro medio punto adicional.
Fuente: 20 Minutos