Frutería en Santiago de Compostela, el pasado 16 de febrero. ÓSCAR CORRAL
La curva de la inflación no será una ola que rompa desde el pico a la orilla con la misma velocidad a la que se elevó, y la trayectoria hacia niveles más normales se presenta plagada de altibajos. En febrero, los precios subieron un 6,1%, dos décimas superior al 5,9% alcanzado en enero, según datos publicados este martes por el Instituto Nacional de Estadística (INE). Continúa así la tendencia al alza de enero, cuando se truncó una racha de cinco meses, coincidiendo con el fin de la bonificación a los conductores para comprar combustible más barato en las gasolineras.
Un año después del comienzo de la guerra en Ucrania, los peores presagios sobre el potencial del conflicto para calentar los precios se han hecho realidad, incluidas subidas a un ritmo de doble dígito el pasado verano que no se habían visto en casi cuatro décadas. Sin embargo, la dura respuesta de los bancos centrales subiendo los tipos de interés para enfriar la economía, y la caída de las cotizaciones de la electricidad y el gas natural, favorecidas por el auge de las energías renovables, la menor demanda, y unas temperaturas más altas de lo habitual este invierno, han contribuido a suavizar el impacto. En febrero, algunos de esos factores fueron menos evidentes: hizo más frío y sopló menos viento, por lo que los precios eléctricos aumentaron frente al mes pasado.
Ese hecho, sumado al fin del descuento de 20 céntimos al litro de gasolina, y a la dificultad para hacer retroceder el empuje de los alimentos, han provocado que en febrero la inflación vuelva a crecer a tasas poco habituales para este mes: es el mayor aumento de la tasa mensual en febrero en 45 años (desde 1978). “Esta evolución es debida a que los precios de la electricidad suben este mes, frente al descenso registrado en febrero de 2022, y a que los alimentos y bebidas no alcohólicas aumentan más que en febrero del año pasado”, afirma el INE, que en dos semanas, cuando aparezca el dato definitivo, aportará más detalles sobre qué partidas suben más.
La inflación subyacente, que excluye la energía y los alimentos frescos, los elementos más volátiles, tampoco trae buenas noticias, y avanzó al 7,7%, dos décimas más que en enero, marcando un nuevo récord que hace pensar en la persistencia de los altos precios.
Para Ángel Talavera, economista jefe para Europa de Oxford Economics, estamos en un momento de cambio. “La guerra ha causado el mayor shock energético desde las crisis del petróleo en los años setenta, lo que ha llevado a la inflación a los niveles récord que vimos en 2022. Ahora mismo estamos en una fase de transición, donde los precios de la energía no son ya los que dominan la inflación, sino los alimentos y la inflación subyacente”.
La inflación está hoy por debajo del umbral con el que comenzó la guerra (7,6% a cierre de febrero de 2022), pero ocupa todavía el lugar más alto en la lista de preocupaciones económicas de inversores, gobiernos y bancos centrales. Por el golpe para los hogares de los altos precios de los alimentos, que sufren su propia crisis en los costes de producción, con fertilizantes, semillas o lubricantes aún disparados. Y porque está siendo más persistente de lo que todos esperaban en un primer momento: en el caso de España, lleva 23 meses por encima del 2% recomendado por el BCE, y aún así su tasa es la más baja de entre sus socios, empatada con la de Luxemburgo —en la zona euro marcó el 8,6% en enero—.
Las repercusiones del fenómeno han sido y son numerosas: desde la evidente pérdida de poder adquisitivo, especialmente dañina para los hogares de menos recursos, que dedican un mayor porcentaje de sus ingresos a comprar alimentos, hasta paradas de actividad en la industria o aumentos en la recaudación tributaria, y también en el gasto público para compensar a pensionistas, funcionarios o colectivos vulnerables por el aumento del coste de la vida.
Las dificultades para trasladar a la cesta de la compra el abaratamiento que sí se detectan —con baches puntuales— en electricidad y gas ha llevado al Gobierno a buscar soluciones urgentes. El pasado 31 de enero autorizó el pago de 300 millones en ayudas a los agricultores para hacer frente al alza de los fertilizantes, y desde comienzos de ese mes está vigente una rebaja del IVA de algunos alimentos básicos que si bien ha conseguido moderar ligeramente la velocidad a la que se encarecen los alimentos, aún está lejos de resolver el problema. Pese a que el Gobierno considera que los alimentos ya han tocado techo, su descenso hasta cotas normales puede tardar.
Javier Ibáñez de Aldecoa, economista de CaixaBank Research, opina que el IPC de los alimentos “no presentara un recorrido al alza por mucho más tiempo, aunque los últimos datos no han sido del todo alentadores”. Más optimista se muestra sobre los precios energéticos. “Al fin estamos viviendo un periodo de cierta estabilidad, que esperamos que se mantenga en los próximos meses, por lo que la energía continuará restando a la inflación general”.
La caída de los precios de la energía está llamado a abonar próximamente el terreno de las buenas noticias. El gas natural está más barato que nunca desde que comenzó la crisis energética. Bajó de la barrera de los 50 euros el megavatio hora en el índice TTF, de referencia en Europa, y se deprecia más de un 35% en lo que va de año. Además, la congestión en las cadenas de suministro prácticamente ha desaparecido, lo cual ha servido para abaratar el coste del transporte marítimo, vital para el comercio global. Y el precio del petróleo permanece más o menos estable. La reapertura china tras poner fin a su restrictiva política de covid cero, que ha animado sus perspectivas de crecimiento para 2023, hacía temer un repunte de los precios del crudo y otras materias primas por la mayor demanda desde el gigante asiático, pero de momento no ha tenido gran incidencia, más allá de subidas en los mercados de metales como el cobre, el zinc y el estaño.
Pese a que el año no ha comenzado bien, la tendencia de fondo es favorable: Bruselas calcula una inflación media para España en 2023 del 4,4%, inferior a la actual, y el FMI rebaja esa cifra al 3,7%. Pero como recogía una reciente presentación de la subgobernadora del Banco de España, Margarita Delgado, las incógnitas son todavía muchas. “¿Los efectos de los descensos en el precio de la energía se materializarán en la misma intensidad y velocidad que lo hicieron en el pasado cuando se encarecieron? ¿Cuántas presiones alcistas aún quedan por reflejarse en la inflación subyacente? ¿Tendrán los efectos del descenso de precios de la energía impacto ya en la inflación subyacente de 2023?”, se preguntaba en un acto la semana pasada con empresarios aragoneses.
Hay otros riesgos: los incrementos salariales se han mantenido contenidos hasta ahora, pero las autoridades monetarias siguen vigilando su evolución para evitar un círculo vicioso de sueldos y precios; las subidas de tipos para atajar la inflación han disparado el euríbor, lo que está aumentando la proporción de hogares que anticipa dificultades para hacer frente a los pagos hipotecarios; y se han esfumado los colchones de ahorro construidos durante la pandemia, que han servido para mantener a flote el consumo en tiempos difíciles.
El denominado efecto base también incidirá en los números por venir. Al haberse producido un brusco incremento de los precios en marzo del año pasado, primer mes completo de guerra, es más complicado que en marzo de este año se replique el fenómeno con tanta intensidad, porque la inflación anual compara lo sucedido este año con el pasado. Ángel Talavera augura una gran incidencia de los repuntes de petróleo y electricidad el ejercicio pasado al hacer la comparativa con 2023. “Vamos a ver unos meses de volatilidad porque los precios de la energía hace un año se movieron de tal manera que afectará al cálculo anual de la inflación. Después de esto, la cuestión es si podremos bajar la inflación subyacente, que suele ser mucho más pegajosa, aunque hasta ahora casi toda la subida viene causada aún por la repercusión del gran incremento de costes, no vemos apenas señales de una inflación impulsada por demanda excesiva, excepto en sectores muy concretos, por ejemplo el turismo y la restauración durante la temporada de verano”.
Fuente: El País