Manifestación de transportistas, este viernes en Madrid. Jorge París
Un parón en el transporte por carretera puede ser suficiente para poner en jaque la economía y dañar el PIB. Así se demostró hace apenas ocho meses, cuando miles de transportistas sacaron sus camiones a la calle en marchas lentas por todo el país, estuvieron 20 días parados e impidieron que miles de toneladas de productos llegaran a su destino. El propio Banco de España reconoció que las movilizaciones afectaron al PIB en el primer trimestre, que finalmente retrocedió un 0,2%, aunque no fueron el único factor. La ola ómicron de coronavirus y los primeros compases de la invasión rusa de Ucrania también tuvieron una repercusión clara.
Menos de un año después, la historia amenaza con repetirse. La misma plataforma que impulsó los paros entonces ha convocado una segunda fase de movilizaciones que arrancarán el próximo lunes. Y aunque todavía son muchas las incertidumbres -se desconoce cuántos transportistas las secundarán, lo que durarán y, en consecuencia, hasta qué punto se verá afectada la cadena de suministros- el escenario actual es todavía menos propicio que el de marzo.
En primer lugar, porque las perspectivas económicas han empeorado bastante. El panel de Funcas, que resume las proyecciones económicas para España de los principales analistas, vaticinaba entonces un crecimiento fuerte del 1% en los dos últimos trimestres del año. Nada más lejos de la realidad. El PIB apenas avanzó un 0,2% en el tercer trimestre y todo apunta a que en el cuarto se moverá también en la frontera de los números rojos.
La crisis energética se ha agravado. A la invasión de Ucrania le ha seguido una batería de sanciones occidentales al petróleo y el gas ruso y la interrupción casi total del flujo de gas a través de gasoducto procedente de Rusia. Los precios se han disparado, las perspectivas económicas se han ido deteriorando y la economía europea entra ahora en un terreno incierto, con una recesión -que en principio podría ser breve y poco profunda- en el horizonte.
Un coctel peligroso. "[Los paros] Nos pillan en una situación peor que en marzo. La economía está desacelerándose y esto se puede traducir en problemas para la distribución, los consumidores y contribuir negativamente a la inflación", señala a 20minutos José Emilio Boscá, profesor en la Universidad de Valencia e investigador en Fedea. Boscá recuerda que cuando hay problemas de suministro "los precios acaban subiendo".
Estrella Trincado, profesora de Economía en la Universidad Complutense de Madrid, coincide. "Un paro en el transporte como el que hubo en marzo puede tener más efectos ahora que entonces, dado que la paralización del comercio puede afectar más a las ventas esperadas", sostiene. "Además, con los precios y costes al alza, los comerciantes esperarán tener mayores pérdidas si se produce una falta de suministro. El miedo al desabastecimiento puede llevar a la paralización parcial de la economía y al acaparamiento", agrega.
"Si esto dura mucho y se paraliza la distribución, para el comercio en general es una bomba", apostilla Boscá. "Antes de la convocatoria de la huelga ya estábamos hablando de que se espera un Black Friday mucho más atenuado porque el consumo se está frenando, esto no es más que otro clavo en el ataúd", agrega.
Si se replicara una situación como la de marzo, la industria alimentaria y la gran y pequeña distribución se llevarían, de nuevo, una parte importante del golpe. Tal y como señala Trincado, los bienes perecederos y la acumulación de género puede provocarles pérdidas importantes por descomposición de los productos. En la anterior fase de paros, varias empresas del sector tuvieron que parar o estuvieron cerca. Firmas como Danone, Calvo, Cuétara o Gallo se vieron en apuros. Pero el impacto se extendió a otras ramas industriales. La falta de materias primas y de medios para transportar los productos obligaron a parar también a la industria del automóvil o a la siderurgia.
El efecto de los paros se dejó notar en la estadística de ventas que publica la Agencia Tributaria. Durante los 20 días que duraron las protestas, las ventas en la industria alimentaria, el textil, el metal o el sector del automóvil fueron más bajas que las registradas en el mismo periodo de 2021. Algo especialmente llamativo si se tiene en cuenta que el año pasado todavía estaba en vigor el segundo estado de alarma y que la inflación alcanzó un pico del 9,8% en marzo de 2022.
En la industria textil, el pico de ventas llegó a ser un 44% inferior que el año anterior en el momento álgido de los paros. Un porcentaje que alcanzó el 32,1% en el automóvil, el 18% en la siderurgia o el 15% en la industria alimentaria. En el lado del comercio, los grandes perdedores fueron los distribuidores mayoristas, con una caída en la facturación que llegó al 28%. El comercio minorista se mantuvo en números positivos, pero descontada la inflación, las cifras apenas mejoraron ligeramente las del año previo.
El volumen total de ventas de las empresas españolas pasó de moverse en un 40% más que en 2021 a solo un 10% en el momento más bajo de la huelga. Un descenso que fue todavía más acusado en la industria manufacturera, muy afectada por los elevados costes energéticos.
Fuente: 20 Minutos