Precios de los carburantes en una gasolinera de Bilbao, el mes pasado. LUIS TEJIDO (EFE)
Ya es definitivo. El Índice de Precios al Consumo acabó el pasado junio con un incremento del 10,2%, según ha confirmado este miércoles el Instituto Nacional de Estadística (INE), que ofreció el indicador adelantado hace dos semanas. La inflación, por tanto, ha alcanzado en España los dos dígitos, lo que no sucedía desde abril de 1985, más de 37 años atrás. En el avance de datos, el instituto estadístico ya apuntó a los carburantes y los alimentos como los productos responsables de la carestía y el desglose por grupos, conocido ahora, lo confirma. Los carburantes subieron un 40,7%, dejando los transportes en general un 19,2% más caros que un año atrás. Los alimentos y bebidas no alcohólicas, por su parte, vieron aumentar sus precios un 12,9%.
A las puertas del verano, también incrementaron significativamente su coste el mes pasado los hoteles, cafés y restaurantes. Estos vieron crecer los precios un 7,2%, pero el subgrupo de los hoteles, hostales, pensiones y servicios de alojamiento incrementaron su coste en un 45%. Y en el desglose también destaca el extraordinario tirón de la vivienda (que incluye los suministros de luz, agua, gas, etc.) con una subida del 19% en el sexto mes del año.
Yendo al detalle, en los grupos especiales destaca la subida de los productos energéticos, con un 40,8%. Y en el desglose por productos destaca que los combustibles líquidos duplicaron su precio en un año, con un crecimiento del 104,1%. El gasóleo (42,7%) y la gasolina (34,4%) también se encuentran entre los que más suben. Lo mismo que el grupo de otros aceites (87,5%) ya que el aceite de oliva se encareció un 27,2%. La carestía general no implica que no haya un pequeño grupo de bienes que se abaratasen, pero son una clara minoría y con porcentajes más discretos. De hecho, solo los peajes y aparcamientos bajaron sus precios en un porcentaje de dos dígitos (-20,4%) pero también fueron menos costosos que un año atrás algunos productos tecnológicos como teléfonos, ordenadores o equipos audiovisuales.
En cuanto a la inflación subyacente (la que descuenta los alimentos no elaborados y productos energéticos, por considerarse muy volátiles), el organismo la sitúa definitivamente en el 5,5%. Este dato es importante porque es al que prestan atención muchos analistas para anticipar la tendencia que seguirá el indicador general y cómo de generalizada es la carestía de precios. El porcentaje confirmado ahora es el más elevado en España desde agosto de 1993, cerca de tres décadas atrás.
Por comunidades autónomas, todas aumentan su inflación con respecto al mes de mayo. Aunque hay pequeñas diferencias entre territorios. Donde más subieron los precios el mes pasado fue en Castilla-La Mancha, con una progresión del 12,7%. Y donde menos fue en Canarias, que con una tasa del 8,5% muestra que ninguna comunidad se libra de la carestía. No obstante, sí hubo seis donde el IPC todavía no ha alcanzado un crecimiento de dos dígitos.
El actual episodio inflacionista, una tendencia generalizada en todo el mundo occidental, está suponiendo un quebradero de cabeza para Gobiernos y organismos supervisores. Y una pesadilla para millones de ciudadanos que ven menguar su poder adquisitivo. Los salarios suben mucho menos que la inflación, algo que es necesario según muchos analistas porque evita los conocidos como efectos de segunda ronda. Estos, que se han convertido en un temor recurrente en esta crisis, consisten en que la carestía de precios y las subidas salariales se retroalimenten generando un círculo vicioso. De momento, el fenómeno parece más claro en EE UU (que con tasas de inflación inferiores a la de España ha mostrado tasas de inflación subyacente superiores) que en Europa.
En el origen de los extraordinarios incrementos del IPC, que arrancaron hace aproximadamente un año, se encuentran los desajustes en las cadenas globales de valor provocados por la pandemia y su recuperación. Pero el impulso definitivo en Europa ha llegado de la mano de la guerra de Ucrania. Con la ofensiva rusa en su país vecino, se inició una escalada de sanciones entre el régimen de Putin y las democracias occidentales. Pero entre estas últimas, las europeas son altamente dependientes de Rusia para el suministro de energía.
Rusia es el primer exportador mundial de gas natural y el segundo de petróleo. Desde febrero, los anuncios de represalias económicas y los cierres de suministro han provocado un incremento de los precios internacionales que se han traducido en Europa en precios disparados tanto de gasolina y gasóleo como de gas. Y conforme el conflicto bélico se ha ido alargando, también se ha disipado la ilusión de una inflación transitoria, como se pensaba al principio.
La asunción de que el episodio de carestía durará más de lo que se preveía ha llevado en los últimos meses a mover ficha a Gobiernos e instituciones económicas. En España, el Gobierno aprobó en marzo un decreto para contener los efectos económicos de la guerra y ha seguido ampliando medidas hasta este mismo mes, con el presidente, Pedro Sánchez, anunciando más actuaciones durante el debate sobre el estado de la nación que se celebra esta semana. En Europa, el Banco Central Europeo ya anticipó que en su reunión de la próxima semana subirá por vez primera desde 2016 los tipos de interés oficiales.
El supervisor del euro, con la zona de la moneda única marcando también cotas de inflación desconocidas, pretende subir el precio del dinero precisamente para ralentizar la economía y reducir la inflación. El dilema al que se enfrenta es que la guerra de Ucrania también ha reducido el crecimiento económico. Así que busca la fórmula para, sin comprometer excesivamente ese crecimiento, cumplir con el que es su principal mandato: mantener la inflación a raya. Esto, sobre el papel, significa situarla a medio plazo en el 2%. Un objetivo que ahora mismo parece muy lejano.
Fuente: El País